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Arrigo Sacchi: Solo para verdaderos conocedores de futbol


Apenas tres palabras le bastan a Arrigo Sacchi para desarmar tu estrategia en el cara a cara y dejarte en fuera de juego como si de un principiante te trataras. Tres palabras que, sin embargo, no corresponden estrictamente a la realidad. Son una verdad a medias. Sólo excavando profundamente en su imaginario futbolístico, uno logra descubrir cómo, quien construyó uno de los mejores equipos de todos los tiempos, es capaz de obviar su legado y difuminarlo en la línea temporal de la evolución del deporte rey en Italia. Pese a su modestia, es indudable que Arrigo Sacchi y su Milan marcan un antes y un después para el fútbol italiano, aunque, desde el punto de vista del estratega no se trate de un punto y aparte, sino de un mero paréntesis. El fútbol italiano cambió durante su estancia en los banquillos, pero recuperó su cauce natural en el mismo momento en el que escaló del césped a los despachos. “Está claro que se ha producido algún cambio, pero no como en el resto de Europa. Las televisiones nos han hecho ver que se juega un fútbol distinto. ‘Han cambiado en todo el mundo excepto en Italia’, me dijo Costacurta hace unos años, cuando estábamos viendo la Sub-21 italiana contra Dinamarca”, explica Sacchi. ¿Cuáles son los motivos de esta falta de evolución del fútbol en Italia? Sacchi es capaz de recitarlos con la seguridad con la que un cirujano señala los males a extirpar. “En Italia se desconoce el mérito, sólo se busca ganar. La afición y los periodistas no piden el espectáculo o la diversión, piden la victoria. ¿Y entonces como la buscamos esta victoria? –se pregunta a sí mismo sin ceder espacios al interlocutor– La buscamos del modo que mejor conocemos, la astucia o el arte de conseguir lo propuesto. Entonces, nuestro fútbol es un fútbol al que le cuesta actualizarse y evolucionar”. Como un muelle al que por mucho que estires regresa a su forma original, el fútbol italiano siempre tiende hacia sus conceptos más primarios. Y para encontrar el origen de esos conceptos es necesario realizar un trabajo de arqueología hasta remontarse prácticamente a la fase embrionaria del fútbol en Italia.

“En Italia se desconoce el mérito, sólo se busca ganar. No piden diversión. Piden la victoria”

El fútbol mundial se divide, grosso modo, en cuatro escuelas. En primer lugar tenemos estilo directo que nació en Inglaterra y todavía hoy en día es representativo de los equipos británicos. Luego tenemos el modo de vida alegre, vistoso y desenfadado que los brasileños han sabido trasladar a los terrenos de juego hasta elevarlo a la altura de movimiento artístico. En tercer lugar, se encuentra la filosofía holandesa. El llamado fútbol total con el que Rinus Michels desbancó la formación WM de Herbert Chapman para sorprender al mundo, generando una idea de juego que aún tiene imitadores, como es el caso del Barcelona de la época reciente. Por último, nos encontramos el estilo italiano, bautizado bajo el término de Catenaccio, que significa candado en italiano. Una nomenclatura, por cierto, bastante ilustrativa de los ideales de juego. En sus conceptos más básicos, el italiano es un fútbol mayoritariamente defensivo y disciplinado, donde prima el resultado por encima de cualquier compromiso con la estética. Respondiendo a la línea de pensamiento de ‘El Príncipe’ de Nicolás Maquiavelo (“el fin justifica los medios”), el fútbol italiano asumió desde sus orígenes que todo está permitido siempre y cuando se logre la victoria.

Paradójicamente, el Catenaccio no tiene padres italianos. No está claro quién inventó este estilo, pero ninguno de los que reclama la paternidad nació en Italia. Según el consumado historiador Brian Glanville, el Catenaccio lo inventó el entrenador austriaco Karl Rappan durante la primera mitad del Siglo XX. En los cuarenta, Rappan habría desarrollado una táctica que la prensa bautizó como Riegel (cerrojo, en alemán) y consistía en que uno de los cinco hombres de la línea de ataque de la formación WM se mudase hasta detrás de los tres defensas. La labor de este hombre escoba sería estar atento a los delanteros rivales que se escapaban de su marcador. Helenio Herrera, sin embargo, no sólo se autoproclamó el inventor del Catenaccio sino que aseguraba ser el primer jugador que desempeñó la función de líbero. “Se me ocurrió cuando jugaba

en Francia”, explica el entrenador argentino, según relata Simon Kuper en Fútbol contra el enemigo. “Entonces jugábamos con la formación WM -prosigue el Mago Herrera- y en un partido en el que faltando quince minutos ganábamos por 1-0 abandoné mi puesto para situarme detrás de la defensa. Ya en mi época como jugador tenía estas ideas y cuando años más tarde me convertí en entrenador me acordé de ellas”. Glanville considera que Rappan inventó el Catenaccio, Nereo Rocco lo introdujo en Italia y Helenio Herrera lo perfeccionó. Fuera uno u otro quien lo inventara, ambas versiones coinciden en que la pieza clave de este estilo es la figura del líbero. Sin él, no habría Catenaccio.

Los éxitos que cosechó el ultradefensivo Inter de Milán durante la década los sesenta, arrasando en Europa con dos Copas de Europa consecutivas (1964 y 1965), convirtieron el Catenaccio en el libro que reposaba en la mesilla de noche de cualquier entrenador italiano que se preciara. Quien quisiera ganar debía recurrir al fútbol defensivo. Los triunfos de Nereo Rocco con el Milan a finales de los sesenta y de Giovanni Trapattoni con la Juventus de Turín en los ochenta no invitaban a idear una alternativa. Ese fue el contexto en el que un futbolista discreto que no había logrado salir de las categorías más bajas del fútbol italiano decidió colgar las botas para convertirse en entrenador. Con apenas 26 años, Arrigo Sacchi se sentó por primera vez en un banquillo. En el del Baracca Lugo, un equipo del barrio en el que trabajaba como zapatero. “Tenía 26 años, mi portero tenía 39 y mi delantero, 32. Tuve que ganármelos”, relata Sacchi. Fue el inicio de un ascenso hacia la élite con escalas en los banquillos de Bellaria y Rimini y las categorías inferiores de Cesena y Fiorentina. Aunque el destino le esperaba en el Parma, con el que lograría el ascenso a Serie B en apenas una temporada y lo dejaría a tres puntos de la máxima categoría del fútbol italiano. Durante esa temporada una eliminatoria de Coppa de Italia de la temporada 1986-1987 le cambiaría la vida para siempre. Vencería por la mínima al AC Milan desplegando un fútbol que captó la atención del máximo mandatario del conjunto rossonero. Aquella noche fue en la que Silvio Berlusconi quedó prendado de Arrigo Sacchi.

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